El Día Internacional de la Lengua Materna recuerda la lucha de un grupo de estudiantes en Bangladesh, que el 21 de febrero de 1952 fueron reprimidos por la policía y tres de ellos asesinados reclamaban que su lengua materna, el bangla, fuera reconocida como lengua oficial. Una lucha cuya vigencia es más importante que nunca.
Según expertos, en América Latina existen alrededor de 560 lenguas indígenas. En Paraguay se hablan 19 lenguas indígenas; en Bolivia, 36; en Perú, 48; en Colombia, 65; y en México, 68.
Sin embargo, cada dos semanas, una lengua desaparece, extinguiendo así un vasto legado ancestral.
La lengua que planta una semilla en nosotros
Ahora bien, ¿qué se entiende como lengua materna en el ámbito internacional?
La lengua materna es aquella que se adquiere después del nacimiento con los primeros vínculos afectivos. Involucra la relación con el entorno y el desarrollo cognitivo, psicológico y emocional. Sus hablantes se desarrollan en comunidad mientras transmiten sus conocimientos, prácticas y creencias heredadas de generación en generación.
Este año, al cumplirse el 25.º aniversario de esta conmemoración, la Unesco pone el acento en la necesidad de políticas educativas de calidad para revertir la acelerada pérdida de lenguas indígenas en la región y alcanzar un desarrollo inclusivo y resiliente.
Una educación que involucre cultura y lingüística debe permitir a sus hablantes asistir a la escuela con un mínimo de necesidades básicas satisfechas.
Un derecho humano fundamental
La lengua materna, para las comunidades indígenas, es un derecho que posibilita el acceso a otros derechos.
Cuando no existe pertinencia lingüística en las instituciones, quienes no hablan las lenguas mayoritarias o hegemónicas se encuentran con barreras en el ejercicio de sus derechos humanos fundamentales.
Aprender lenguas indígenas es una necesidad para sus hablantes, pero una obligación para los agentes de aquellas instituciones vinculadas al cumplimiento de derechos humanos fundamentales y a la prestación de políticas públicas. En salud, educación y justicia, cada vez hay más experiencias de inclusión de intérpretes de lengua y cultura indígena.
Una lengua que resiste
Algunos pueblos han conservado palabras sueltas en los apellidos, los topónimos y algunas prácticas. Es el caso del pueblo-nación diaguita, en el Cono Sur de América, donde la lengua madre fue el kakán, prohibida por la colonia española después de una guerra que duró más de cien años.
El diaguita reconoce que los territorios fueron recorridos de manera trashumante, confluyendo y coexistiendo en la diversidad con diferentes naciones de humanos y demás especies.
Algunos conceptos han permanecido en la lengua española, aunque se hayan perdido las palabras antiguas que los nombraban. Un ejemplo es la expresión “bancos perpetuos”, que se refiere a los glaciares, considerados reservorios eternos de agua dulce y guardianes de la memoria ancestral de la vida en la Tierra.
Existen diversas iniciativas de mujeres dedicadas a la recuperación y revitalización de palabras de esta lengua en el territorio que hoy se conoce como Chile y Argentina. Una de ellas es la Red Trasandina Diaguita Ancestrias del Futuro.
De una ardua tarea de memoria y revitalización surge las palabra “nay”, que significa hermano, hermana, hermandad. También la palabra “gasta”, que quiere decir pueblo. Y la palabra “kkó”, que nombra a la madre agua, en un vocablo compartido con la lengua del pueblo mapuche, el mapudungun.
Por otro lado, hay algunas palabras modernas que no existen en lenguas indígenas: “frontera”, “límite”, “aduana” y “migración”. Los ancestros indígenas conocían diversos idiomas y sabían relacionarse con otros pueblos que compartían el territorio. Eran políglotas, ya que hablaban su propia lengua materna y, además, aprendían las de los demás pueblos con los que interactuaban.
La pérdida de las lenguas, un riesgo para la humanidad
Que las lenguas indígenas estén en riesgo implica un futuro desolador para el planeta. Desde el punto de vista social, significa la pérdida de la diversidad. Desde el punto de vista económico, puede generar millones de dólares en pérdidas para las economías propias de los territorios.
Las lenguas contienen saberes milenarios sobre la remediación y cuidado del ambiente, que permiten afrontar pandemias y desastres naturales de manera autónoma, comunitaria y sostenible. Sin esos saberes, serán más frecuentes las sequías, los incendios y las catástrofes naturales.
En consecuencia, esto afectará las producciones agrícolas, marítimas, mineras y otras formas de economía primaria, que son las principales fuentes de ingresos de las economías latinoamericanas.
Las lenguas indígenas son la memoria antigua del diálogo interespecie. La ciencia occidental descubre, poco a poco, algo que ellas ya conocían: todas las especies del planeta tienen sus propias naciones, y se comunican entre sí y con las demás especies. Las lenguas indígenas comunican el mundo humano con los demás seres de la naturaleza.
Desde el punto de vista de la biodiversidad, la extinción de las lenguas maternas reduce las posibilidades de supervivencia de nuestra especie.
Las lenguas maternas guardan sabiduría ancestral para la resiliencia, lo cual quedó demostrado en la última pandemia de Covid-19, cuando miles de pueblos originarios desplegaron estrategias de salud y economía propias, ante la crisis y la falta de respuesta de las instituciones.
Este 21 de febrero puede ser una gran oportunidad para reflexionar sobre la herencia cultural humana de las lenguas maternas y nuestras expectativas de futuro.
Como dijo Berta Cáceres, líder indígena del pueblo lenca y defensora ambientalista, asesinada en 2016 en medio de un conflicto por la construcción de una hidroeléctrica en Honduras: “Vamos a vencer. Me lo dijo el río”.