Negro y blanco: tonos opuestos. Blanco, una reflexión de la luz, suma de todos los colores del espectro. Negro: ausencia total de luz y color.
Lo que reconocemos como negro y blanco no es más que un fenómeno de percepción, dado que nuestro cerebro interpreta las ondas electromagnéticas como colores. Una vez percibidos, no solo los interpretamos y les asignamos nombres, sino que establecemos innumerables asociaciones para cada uno.
El rojo se asocia con el amor, la intensidad, la energía, la fuerza y la vivacidad. El verde simboliza la esperanza, la buena suerte y la naturaleza. El blanco se asocia con la paz, la inocencia, la fe, la limpieza, el brillo y la pureza, y actuamos en consecuencia con estas asociaciones, ya que la paz se representa con una bandera blanca o una paloma, y las mujeres a menudo se casan vestidas de blanco. Por otro lado, el negro está vinculado al miedo, la muerte, la oscuridad y la amargura.
Si buscamos blanco y negro en un diccionario, sus primeros significados se refieren a los colores que denotan, pero también a razas que, al igual que los colores, son construcciones opuestas.
La oposición entre las razas blanca y negra se ha transferido de los colores y ha añadido estigmas antiguos que continúan condicionando nuestras evaluaciones de las razas y, en gran medida, nuestra concepción del mundo.
Todos estos significados se perpetúan a través del lenguaje. Tanto en inglés como en español, la discriminación hacia los negros se ha perpetuado a través de significados y valores añadidos al negro como adjetivo. Tal discriminación no solo activa el simbolismo del color, sino que también determina qué matices discriminatorios se añaden en torno a un estigma racial que asocia a la raza negra con la infortuna, la marginación, la ilegalidad, la corrección política, el trabajo forzado, la esclavitud, la suciedad y la criminalidad.
Hacer una lista de unidades que activan todos estos significados es una tarea abrumadora, pero algunos ejemplos serán suficientes para identificar el sentido discriminatorio que hemos atribuido inconscientemente al negro como adjetivo.
Utilizamos oveja negra (generalmente, un miembro de la familia que se siente diferente o excluido), mercado negro (mercado ilegal), lista negra (lista de personas o instituciones consideradas peligrosas o enemigas), humor negro (algo macabro, de baja moral, que ofende sensibilidades), magia negra (en oposición a la magia blanca), misa negra (una ceremonia en la que se adora al Diablo en lugar de al Dios cristiano). En español, ponerse negro significa ensuciarse o enfadarse, además, hay términos como agua negra (aguas residuales), pozo negro (fosa séptica), novela negra (thriller), mano negra (mano muerta). Expresiones como 'trabajar en negro', 'trabajar como un negro', y 'trabajo de negro' están directamente asociadas con la sujeción de los esclavos negros durante el período colonial.
Aunque parece que hemos olvidado qué desencadena todas estas expresiones, el asunto se vuelve más sensible cuando se trata de raza, específicamente, raza negra en español o black people en inglés.
Como resultado, se activan eufemismos para mitigar la discriminación que el adjetivo negro puede conllevar. Desafortunadamente, estas no siempre son soluciones exitosas.
Por ejemplo, la expresión 'personas de color' parece dividir al mundo en blancos vs. personas de color, agrupando una amplia variedad de etnias y razas como si esto implicara un trato más digno hacia estos individuos mientras se protege a los blancos.
La naturaleza vaga y ambigua de personas de color ha dado lugar a otras formas lingüísticas con el prefijo afro, como afroamericano, afrocaribeño y afrodescendiente. Estos términos son más comúnmente utilizados hoy en día y se centran más en el origen de las personas y menos en el color de la piel.
Sin embargo, el problema principal no radica en cómo nos referimos a la raza negra en general, sino en cómo abordamos la individualidad, es decir, de esta manera nos referimos al sujeto de la raza negra.
Ahí es sobre todo donde entra en juego nuestra posición racial y, por lo tanto, es en esos contextos donde la palabra utilizada se carga de mayor negatividad.
En inglés, el estigma que lleva la palabra N, utilizada siempre como un insulto y asociada con la violencia, la discriminación y la segregación, ha escalado hasta tal punto que se ha convertido en una palabra tabú, o más bien, en la palabra tabú.
Tal es el caso que se ha vuelto impronunciable y se refiere a ella como la palabra N, una de las más ofensivas, abusivas y volátiles de todas las palabras en el idioma inglés.
El inglés tiene el equivalente negro, que actualmente no tiene una connotación negativa, pero sí la tuvo en otros tiempos. Sin embargo, de una manera más o menos sutil, lleva el estigma negativo perpetuado en la creación de todos los ejemplos aquí mencionados.
In Spanish, we only have the word negro, although there are other names, such as the term mulato or moreno. Negro it can be used in a pejorative, neutral or affective way. In its diminutive form, we have negrito, negrita, as a term of endearment, even between members of a couple –mi negro, mi negra–, regardless of the skin colour of the person speaking or who they are referring to.
Como ejemplo de esto, tenemos el caso de Mercedes Sosa, una icónica cantante y activista argentina que todos conocían como “La Negra”, aunque no era negra.
Por otro lado, en ciertos contextos, negro es equivalente a la palabra con N, pero están lejos de ser equivalentes en una escala de valores.
En español, el uso discriminatorio depende del contexto, los interlocutores y la intención del hablante. Mientras tanto, en inglés, el estigma asociado a la palabra con N no se activa por el contexto porque la palabra misma tiene connotaciones negativas.
¿Ha llevado la prohibición de la palabra con N a los estadounidenses, o a los hablantes de inglés en general, a eliminar el racismo social? No se necesita mucho conocimiento para responder a esta pregunta: claramente no.
¿Son, por lo tanto, los hablantes de inglés menos racistas que los hablantes de español? No creo que sea siquiera una pregunta que valga la pena responder, entre otras cosas, porque depende de cómo se piensa y se concibe la discriminación, y no es la misma en todas las realidades.
¿Se puede ser más o menos racista? ¿Se puede ser más o menos honesto? La inpronunciabilidad de la palabra con N es la evidencia más clara de que simplemente eliminar, es decir, enterrar simbólicamente una palabra, no hace desaparecer el estigma.
Considerar una palabra como un eufemismo (por ejemplo, de color) o como un disfemismo o tabú (palabra con N) es una convención social, y en la gran mayoría de los casos, sujeta a cambios, es decir, tiende a ser cíclica.
Es muy común que una palabra que comienza a ser utilizada con una connotación negativa muy fuerte, si tiene una alta frecuencia de uso, termine perdiendo parcialmente o completamente tal matiz, y lo mismo sucede a la inversa, es decir, un eufemismo puede convertirse en un tabú.
En mi opinión, la batalla no debería ser contra una sola palabra o expresión. Censurar y prohibir cuestiones lingüísticas no resuelve problemas de discriminación: ni raciales, ni de género ni de ningún otro tipo.
Las prohibiciones en el lenguaje no son de utilidad si hay una intención discriminatoria, ya que la comunidad de hablantes buscará otras formas de expresarse y discriminar.
La batalla debería centrarse en crear conciencia sobre todo tipo de desigualdades, como seres sociales que somos. Esto nos llevará, de forma natural, a liberar nuestra forma de hablar de estigmas y discriminaciones.
Lo que ocurre con estos y muchos otros términos es que los cargamos con nuestros prejuicios. Las palabras son nuestro espejo. Y la solución no radica en destruir la imagen que ese espejo nos refleja como sociedad, sino en realizar las transformaciones necesarias para que el cristal proyecte algo mejor.
A finales del siglo XIX, José Martí, el más grande de todos los intelectuales cubanos, escribió en su ensayo “Mi Raza”: “El hombre es más que Blanco, más que Mulato, más que Negro”.
Y agregó: “Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, los separa o los acorrala, es un pecado contra la humanidad”.
Si llega el día en que, como humanidad, todos seamos conscientes de esta afirmación, será irrelevante qué palabra usemos para nombrarnos. Hasta entonces, dejemos claro: las palabras importan.